lunes, abril 21, 2008

El relato de café

Compuse un relato.




EL RELATO DE CAFÉ
Leoncio Juan Ernesto López (Cholo)


Saqué uno, de nuez; otro, de menta; otro,
de nuez; otro, de nuez; otro, de chocolate;
todavía no hay ni noticia de alguno de
café; otro, chocolate de nuevo; otro, nuez;
otro, menta. Me empiezo a tratar de
convencer de quedarme con el de chocolate
que confisqué durante el proceso; el de
nuez estaba en la dupla desde el comienzo.

Me decido a regresar al piso al lado de la
lámpara y esparcir los caramelos, sólo para
medir cuánta mala racha había tenido
-admirar los hechos cotideanos a la luz de
sus probabilidades era una costumbre
moderadamente recurrente, que siempre
servía para tranquilizarme-. Tardé apenas
un poco de más para encontrar el caramelo
de café, que fue uno de los últimos en
salir. Ejem, lo importante de esto es que
era uno; ya en ese momento sabía que estaba
ante la evidencia irrefutable de un evento
notable.

Todo este revuelo viene a motivo de que un
corto tiempo antes (algo menor a lo que
describiríamos como 'unas horas' pero mayor
a aquello que llamaríamos 'unos minutos')
había acudido a las bolsas de caramelo con
la intención de encontrar algo apropiado
para el momento. Evalué las bolsas una a
una - la de los propóleos estaba vacía, qué
errada; miel con menta, hm, no; qué poco
protagonismo que tuvo este engendro verde y
amarillo; chocolate, fantástico, pero
demasiado dulce; inadecuado para este
momento; a ver, además de miel tenemos este
muchacho exótico "Delicias", sí, va bien
para el momento - antes de decidirme. Saqué
el paquete del placard y lo abrí, con un
corte un poco menos prolijo de lo que
quería que fuera, pero no importa, volví a
resignarme. Saqué un caramelo, uno
cualquiera, sin mirar. Y era de café.

Pensé, este tiene toda la pinta de ser uno
de esos que salen casi siempre, y que casi
nunca son el apropiado para el momento, y
te hacen perder el tiempo; y cuando es el
momento al que le vendría bien un caramelo
de café, sale el de menta, que es el
verdaderamente vicioso. Tras llevar a cabo
esa reflexión, devolví el caramelo de café
a la bolsa y saqué uno de nuez, mucho más
digno. Y además me hace acordar a mi casa
en la provincia.

Contando los que tenía en la mano -uno de
nuez y el de café- eran 24 caramelos.
Salió él, con una probabilidad de uno sobre
veinticuatro, mucho menor que la de todos
sus competidores. No necesitaba contarlos
para saberlo, las estadísticas estaban
representadas ahí en el piso: se veía que
los de menta le ganaban por un poco en
cantidad a los de nuez, que hay dos de
chocolate -bien especiales-; pero los conté
sólo de gusto, para que la anécdota tuviera
datos concretos. Me dí cuenta que en
aquella oportunidad había sido muy injusto
con él, que lo había prejuzgado, degradando
a un aventurero que había logrado su
cometido a una imagen patética. No estuvo
bien, a veces soy demasiado frío, me falta
compañerismo con las cosas, pero se me hace
demasiado complicado. Pero no es para
tanto, al fin y al cabo ese caramelo de
café tanto mérito no tiene.

Me comí con liviandad el caramelo, a forma
de trofeo, con la serenidad de mente para
encarar el ejercicio de la escritura. Hacía
mucho tiempo que el ánimo no me acompañaba.